Marta Jara Ruiz
30 de octubre 2025
Hay quien cree que los videojuegos te abren la puerta hacia el mundo del entretenimiento a costa de limitar el acceso a otras esferas de experiencia o conocimiento. Este pensamiento, a pesar de estar firmemente asentado, se enfrenta cada vez con mayor frecuencia a enfoques que lo ponen en entredicho debido a la evolución del propio medio, que ha ampliado sus fronteras narrativas, estéticas y funcionales, demostrando su capacidad para generar reflexión y conciencia crítica.
Una iniciativa que ha contribuido a este crecimiento es Planeta Debug, una propuesta pionera en la que se han unido ciencia, sostenibilidad y videojuegos.
«Como tú eres el protagonista que debe resolver los conflictos que se plantean en el videojuego, tomas conciencia de forma más directa»
¿Y por qué unir estos dos mundos? Pues bien, la existencia de la necesidad de tomar conciencia en nuestro día a día puede ser aplicable en muchos ámbitos, y qué mejor manera de hacerlo que desde un sitio atractivo y que incite a los más jóvenes a ser críticos con los problemas que nos rodean.
Siendo objetivos, la sostenibilidad es un reto que pocos toman en serio, estamos tan acostumbrados a la existencia de estas problemáticas que llegamos a pensar que su presencia es algo que simplemente está ahí y que no nos llega a afectar del todo, es por eso que hay que buscar las herramientas que nos permitan acercarnos a estas cuestiones que pasamos por alto.
La industria del videojuego es una de las más potentes y consumidas a nivel mundial, una herramienta que podría acercarnos de manera exponencial al problema y que incluso nos ayudaría a verla desde otra perspectiva. Planeta Debug busca exactamente eso. Mediante la co-creación entre estudiantes de Diseño y desarrollo de videojuegos e investigadores se han llevado a cabo una gran cantidad de videojuegos que desde diferentes enfoques han tratado de dar a conocer estos problemas medioambientales que afectan a la ciudadanía.
Lejos de ser una simple fuente de ocio, el videojuego se posiciona como uno de los productos culturales más potentes a la hora de construir y transmitir discursos sobre sostenibilidad. Así lo sostiene Emilio Sáez Soro, profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I y miembro del grupo de investigación GAMERS, quien afirma que su poder radica en que “nos implicamos más porque somos el protagonista de la historia, y esa capacidad de involucrarnos en la narrativa que se está planteando es mucho más intensa”. En otras palabras, el videojuego no solo nos cuenta una historia: nos convierte en parte de ella.
En un momento en el que la emergencia climática deja de ser una amenaza futura para convertirse en una realidad cotidiana —incendios forestales, sequías prolongadas, pérdida de biodiversidad o fenómenos meteorológicos extremos— la concienciación ciudadana es más urgente que nunca. Pero los datos, por sí solos, no bastan. Se necesita algo más que cifras: se necesita experiencia emocional, participación activa y reflexión crítica. Y ahí es donde entra el videojuego.
Como señala Sáez Soro, “el juego está diseñado para que los efectos del cambio climático se planteen de forma importante y grave en cuanto al reto que propone, no solo asistes a la narrativa del problema, sino que participas en su resolución”. Esa vivencia directa de los conflictos medioambientales —aunque sea en un entorno simulado— genera una comprensión más profunda del problema.
Más allá del puro entretenimiento, los videojuegos tienen la capacidad de desencadenar un aprendizaje significativo. La sostenibilidad, en este contexto, no se presenta como un conjunto de conceptos abstractos, sino como un conjunto de retos a superar: escasez de agua, gestión de residuos, pérdida de hábitats naturales, desequilibrios energéticos… Problemas reales que, al ser introducidos en el mundo lúdico, adquieren una dimensión tangible y emocional.
El proyecto Planeta Debug, iniciativa, pionera en España, unió a investigadores científicos con estudiantes de diseño y desarrollo de videojuegos para cocrear juegos centrados en temáticas relacionadas con el cambio climático. “Fue un esfuerzo de diseño muy creativo en el que se vincularon problemas científicos de toda naturaleza con su relación con el mundo climático”, explica Sáez Soro. Desde enfermedades provocadas por la degradación atmosférica hasta la gestión hídrica para abastecer a poblaciones y cultivos, los videojuegos resultantes abordaron la sostenibilidad desde múltiples ángulos.
«Las metáforas de juego más eficaces son aquellas en las que se intuyen las formas reales de resolver un reto en la vida cotidiana»
Lejos de caer en visiones simplificadoras, los títulos desarrollados apostaron por representar la complejidad real de la crisis climática. “Lo que se pretendió con todos estos juegos era entender la diversidad y la complejidad de un problema que alcanza muchas dimensiones de la vida humana y animal”, apunta el investigador. Para ello, se recurrió a metáforas de juego capaces de conectar los desafíos virtuales con las soluciones reales, de modo que los jugadores pudieran intuir cómo trasladar ciertas prácticas sostenibles a su vida cotidiana.
Uno de los aspectos más interesantes del proyecto es cómo cada juego encarnó una sensibilidad diferente ante la problemática climática. Según Sáez Soro, no se impuso una narrativa concreta, sino que se dejó que los estudiantes plasmaran sus propias miradas: “Ellos recogieron las dos perspectivas dominantes hoy en día: una más optimista, de que podemos solucionar los retos climáticos, y otra más crítica y apocalíptica”. Esa dualidad —esperanza versus colapso— también refleja el debate social contemporáneo en torno al futuro del planeta.
No obstante, el potencial del videojuego como herramienta educativa y transformadora no se limita al entorno académico. Planeta Debug ha sido bien recibido tanto dentro como fuera de la universidad, despertando el interés de medios de comunicación y otros grupos de investigación. “Ha sido una forma de descubrir el videojuego como vehículo de transmisión de conocimiento y de concienciación muy eficaz”, destaca Sáez Soro.
Este tipo de iniciativas abren la puerta a una nueva forma de pensar la sostenibilidad: no como una materia que se enseña, sino como una experiencia que se vive. Y en este sentido, el videojuego tiene mucho que aportar. Lejos de ser un simple pasatiempo, se convierte en un canal para la empatía, la reflexión y, potencialmente, el cambio.
Por supuesto, no todos los videojuegos tienen este propósito, ni todos están diseñados con criterios de sostenibilidad. Pero ahí está precisamente el reto y la oportunidad. Si queremos que el medio evolucione hacia una herramienta de transformación social, necesitamos más proyectos como Planeta Debug, más alianzas entre ciencia y diseño, y más conciencia crítica tanto en los creadores como en los jugadores.
La emergencia climática requiere nuevos lenguajes y nuevas formas de movilización. Y el videojuego —por su capacidad para mezclar emoción, conocimiento y acción— puede ser uno de los más poderosos. Como dice Sáez Soro, “me gustaría que el jugador entendiese, en cada juego, qué factores diferentes intervienen en esta problemática que estamos viviendo y cómo podrían contrarrestarse”. Esa toma de conciencia, aunque empiece en una pantalla, puede convertirse en el primer paso hacia una actitud más activa y comprometida con el mundo real.
Créditos
Coordinación: Daniel Zomeño y Carlos Cuesta-Martínez
Realización: Eloi Fustier y Claudia Ferrando
Diseño: Nacho Gárate
Agradecimientos
Prof. Emilio Sáez Soro
LabcomUJI
Grupo de investigación
GAMERS – Grupo de investigación en videojuegos